Desde hace varios años, se postuló la ley, tanto en España como en múltiples países, donde se regularizaba el conocido contrato de Prácticas o de Formación. Con él lo que se anhelaba era inocular al joven estudiante de último curso al mercado laboral, por un lado, y, por el otro, que éste adquiriese la suficiente experiencia como para, ulteriormente, si era menester para la empresa, poderlo contratar en condición de asalariado, con su consiguiente regularización contractual. Ahora bien, este vínculo de prácticas tenía una duración determinada (en derredor de las 300 horas, aproximadamente).
Lo que sucede, como en un ingente número de cuestiones vitales, es que una idea con ciertas dosis de positividad, en una primera instancia, pasa a pervertirse en un postrer momento, producto de la picaresca o necesidad que tanto nos caracterizan a los españoles. Digo esto ya que, si uno echa un vistazo, por curiosidad o necesidad, a las diferentes ofertas laborales que aparecen en distintas páginas especializadas, se advierte que esta oferta contractual prolifera por doquier, pero con la peculiaridad de que se altera la limitación de horas a materializar. Expresado en otros términos, las diversas empresas pretenden contratar mano de obra barata, apelando a un presunto criterio de convenio de prácticas, a cambio de verse eximidos de todas las obligaciones contractuales que correspondes. Sólo es necesario mirar alguna que otra oferta para ver casos tan disparatados del calibre de trabajar las 40 horas semanales, durante seis meses, con un salario de 200 o 400 euros, como máximo.
Con ello, entre las múltiples consecuencias que se podrían apuntar aquí, se volatiliza la ilusión de una gran masa de alumnados que, en sus últimos años de carrera, quieren dar sus primeros pasos laborales en los ámbitos que se están especializando. La razón de ello es evidente: una vez finaliza la relación de prácticas, el periodo de explotación, no tienen ninguna posibilidad de continuar en la empresa.
Pero más preocupante si cabe es la nueva lógica esclavista que se está instaurando en nuestro mercado laboral. Hay casos en los cuales las prácticas no son ni remuneradas, sino que es el propio alumno quien debe pagar, con su correspondiente matriculación al máster o posgrado de turno, por materializar dichas prácticas. Dicho de otra manera, se llega a pagar para poder trabajar en aquello que a uno le gusta, durante un periodo temporal prefijado. Pero, como apuntaba muy bien Ortega y Gasset, todo fenómeno que se precie a un análisis minucioso, tiene un anverso y un reverso. Y si el anverso es este coste del alumno, para poder desenvolverse laboralmente en aquello que le gusta, por corto tiempo, el reverso es que la empresa se ahorra los gastos correspondientes a una/s contratación /es –salario, seguridad social…-. Como siempre, como en el ilustre juego, el empresario-emprendedor gana, y el ‘asalariado’ es derrotado.
Pues bien, es a esta dinámica perversa el horizonte en el que nos está conduciendo el desarrollo del capitalismo. Es a esta nueva forma de esclavitud, donde las cadenas ya nos son de hierro, sino que están forjadas por las dosis de falsa ilusión, que los presuntos emprendedores introyectan a nuestros jóvenes. Son unos grilletes cuyo amarro se gesta en el engaño y la perversión.
*Docente de Filosofía y Epistemología en la UOC e Investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona.
Comentarios
Publicar un comentario