Científicos del MIT, ahora informan de un importante hallazgo: son las conversaciones entre un adulto y el niño lo que puede estar haciendo cambios en el cerebro de los niños y que ese intercambio de palabras es el que tiene mayor valor a la hora de medir progresos en el desarrollo cerebral.
Estudiando niños entre cuatro y seis años encontraron que las diferencias en el número de conversaciones fueron críticas para un mayor desarrollo de las habilidades del lenguaje y la correlación más charlas, mejores resultados en la fisiología del cerebro, se dio por igual en todos los niños, sin mayor relación con los ingresos o la educación de los padres.
“Lo que importa no es hablarle al niño sino tener una charla con él. No es sólo llenarle el cerebro con palabras sino tener verdaderas conversaciones”, dice Rachel Romeo, líder del estudio.
Estudiando el área de Broca, esa parte del cerebro involucrada en el habla y el procesamiento del lenguaje, observaron que estuvo mucho más activa mientras ellos oían historias, ahí sí relacionado el hecho con las diferencias socioeconómicas. No había interacción. Con el uso de la resonancia magnética funcional (fMRI), los investigadores identificaron diferencias en el cerebro de los niños expuestos a un mayor número de charlas.
“La verdadera novedad de este estudio es que presenta la primera evidencia de que las conversaciones padres-hijos, se asocian con el desarrollo cerebral en los niños. Es algo casi mágico cómo esa conversación familiar parece influir en el crecimiento biológico del cerebro”, dice John Gabrieli, profesor de ciencias cognitivas del MIT.
Antes de este estudio, poco se sabía sobre cómo ese “desfase de las 30 mil palabras” podría traducirse en diferencias en el cerebro. Los investigadores del MIT se propusieron resolver el dilema, estudiando niños de diversos grupos socioeconómicos. Usaron un sistema llamado LENA, que les permitía grabar cada palabra oída o hablada por cada niño. Los padres que autorizaron la participación de sus hijos en el estudio fueron entrenados para hacer que los niños llevaran una grabadora durante dos días, desde que se despertaban hasta que se iban a dormir. Las grabaciones se analizaron usando un programa de computador que consideró tres medidas: el número de palabras habladas a los niños, el número de palabras dichas por ellos, y el número de veces en que ellos y un adulto mantuvieron una charla, un intercambio de palabras iniciado por una de las partes.
Los investigadores encontraron que el número de esas charlas, turnos de intercambio, para oír y luego hablar, se correlacionaron de manera estrecha con los estándares de pruebas de habilidades del lenguaje, incluyendo vocabulario, gramática y razonamiento verbal. Estas correlaciones fueron mucho más fuertes que aquellas que miden el número de palabras oídas y su relación con pruebas del lenguaje o de la actividad de la zona de Broca.
“Estos hallazgos concuerdan con los de otros estudios, pero todavía existe la noción popular de que la solución para rellenar el bache de las 30 mil palabras es embutirles a esos niños con la deficiencia miles de palabras, bien sea hablándoles sin parar todo el día o sentándolos en frente del televisor para que les “hable”. Sin embargo, nuestros resultados señalan que es el diálogo interactivo lo decisivo para el desarrollo neuronal”, dice Romeo.
Los investigadores creen que las conversaciones les dan a los niños no sólo una herramienta para practicar sus habilidades de comunicación sino la posibilidad de entender lo que otra persona está diciendo y responderle de una forma adecuada. Si bien los niños de familias con los mayores ingresos se han expuesto en promedio a un lenguaje más rico, los niños de familias de bajos recursos que han podido mantener charlas en un número alto, tuvieron las habilidades lingüísticas y la actividad en el área de Broca similares a las de los niños venidos de entornos pudientes.
“En nuestro análisis, las conversaciones parecen ser lo que marca la diferencia, sin importar el estatus socioeconómico. Las charlas se dan con mayor frecuencia en familias de más recursos, pero los niños de familias pobres o con poca educación mostraron iguales beneficios cuando se dan esas conversaciones”, dice Gabrieli.
La esperanza de los investigadores es que sus hallazgos se traduzcan en algo tan importante como involucrar a los pequeños en charlas interactivas, muchas. Incluso hacerlo con los que aún no hablan, con sonidos o jugando a hacer caras.
“Algo que nos entusiasma mucho es que puede ser algo relativamente fácil, pues es muy específico. Esto no quiere decir que lo sea para familias pobres, que están sufriendo de un gran estrés económico, aunque es un reto poder encontrar los medios para hacerlo”, dice Gabrieli.
Roberta Golinkoff, profesora de educación, resalta los resultados del estudio pues piensa que añade más evidencia al hecho de que no es sólo el número de palabras que oye un niño lo importante para el desarrollo del lenguaje.
“Usted le pude hablar a un niño hasta por los codos, pero si no establece una charla con él y se entera de sus intereses, no le estará dando al niño las habilidades para procesar el lenguaje que tanto necesita. Si deja que el niño participe, no sólo oiga, eso le permitirá un mejor desarrollo del lenguaje”, dice Golinkoff.
Los investigadores piensan ahora en la posibilidad esperanzadora de lograr cambios que faciliten y vuelvan cotidianas esas charlas padres hijos. Esto podría incluir asistencia tecnológica, como programas de computador que “conversen” o programas sociales que capaciten a los padres en necesidad para que aumenten sus charlas diarias, a pesar de sus difíciles condiciones.
Beyond the 30-Million-Word Gap: Children’s Conversational Exposure Is Associated With Language-Related Brain Function.
Romeo R. R., et al. Psychological Science 2018
Estudiando niños entre cuatro y seis años encontraron que las diferencias en el número de conversaciones fueron críticas para un mayor desarrollo de las habilidades del lenguaje y la correlación más charlas, mejores resultados en la fisiología del cerebro, se dio por igual en todos los niños, sin mayor relación con los ingresos o la educación de los padres.
“Lo que importa no es hablarle al niño sino tener una charla con él. No es sólo llenarle el cerebro con palabras sino tener verdaderas conversaciones”, dice Rachel Romeo, líder del estudio.
Estudiando el área de Broca, esa parte del cerebro involucrada en el habla y el procesamiento del lenguaje, observaron que estuvo mucho más activa mientras ellos oían historias, ahí sí relacionado el hecho con las diferencias socioeconómicas. No había interacción. Con el uso de la resonancia magnética funcional (fMRI), los investigadores identificaron diferencias en el cerebro de los niños expuestos a un mayor número de charlas.
“La verdadera novedad de este estudio es que presenta la primera evidencia de que las conversaciones padres-hijos, se asocian con el desarrollo cerebral en los niños. Es algo casi mágico cómo esa conversación familiar parece influir en el crecimiento biológico del cerebro”, dice John Gabrieli, profesor de ciencias cognitivas del MIT.
Antes de este estudio, poco se sabía sobre cómo ese “desfase de las 30 mil palabras” podría traducirse en diferencias en el cerebro. Los investigadores del MIT se propusieron resolver el dilema, estudiando niños de diversos grupos socioeconómicos. Usaron un sistema llamado LENA, que les permitía grabar cada palabra oída o hablada por cada niño. Los padres que autorizaron la participación de sus hijos en el estudio fueron entrenados para hacer que los niños llevaran una grabadora durante dos días, desde que se despertaban hasta que se iban a dormir. Las grabaciones se analizaron usando un programa de computador que consideró tres medidas: el número de palabras habladas a los niños, el número de palabras dichas por ellos, y el número de veces en que ellos y un adulto mantuvieron una charla, un intercambio de palabras iniciado por una de las partes.
Los investigadores encontraron que el número de esas charlas, turnos de intercambio, para oír y luego hablar, se correlacionaron de manera estrecha con los estándares de pruebas de habilidades del lenguaje, incluyendo vocabulario, gramática y razonamiento verbal. Estas correlaciones fueron mucho más fuertes que aquellas que miden el número de palabras oídas y su relación con pruebas del lenguaje o de la actividad de la zona de Broca.
“Estos hallazgos concuerdan con los de otros estudios, pero todavía existe la noción popular de que la solución para rellenar el bache de las 30 mil palabras es embutirles a esos niños con la deficiencia miles de palabras, bien sea hablándoles sin parar todo el día o sentándolos en frente del televisor para que les “hable”. Sin embargo, nuestros resultados señalan que es el diálogo interactivo lo decisivo para el desarrollo neuronal”, dice Romeo.
Los investigadores creen que las conversaciones les dan a los niños no sólo una herramienta para practicar sus habilidades de comunicación sino la posibilidad de entender lo que otra persona está diciendo y responderle de una forma adecuada. Si bien los niños de familias con los mayores ingresos se han expuesto en promedio a un lenguaje más rico, los niños de familias de bajos recursos que han podido mantener charlas en un número alto, tuvieron las habilidades lingüísticas y la actividad en el área de Broca similares a las de los niños venidos de entornos pudientes.
“En nuestro análisis, las conversaciones parecen ser lo que marca la diferencia, sin importar el estatus socioeconómico. Las charlas se dan con mayor frecuencia en familias de más recursos, pero los niños de familias pobres o con poca educación mostraron iguales beneficios cuando se dan esas conversaciones”, dice Gabrieli.
La esperanza de los investigadores es que sus hallazgos se traduzcan en algo tan importante como involucrar a los pequeños en charlas interactivas, muchas. Incluso hacerlo con los que aún no hablan, con sonidos o jugando a hacer caras.
“Algo que nos entusiasma mucho es que puede ser algo relativamente fácil, pues es muy específico. Esto no quiere decir que lo sea para familias pobres, que están sufriendo de un gran estrés económico, aunque es un reto poder encontrar los medios para hacerlo”, dice Gabrieli.
Roberta Golinkoff, profesora de educación, resalta los resultados del estudio pues piensa que añade más evidencia al hecho de que no es sólo el número de palabras que oye un niño lo importante para el desarrollo del lenguaje.
“Usted le pude hablar a un niño hasta por los codos, pero si no establece una charla con él y se entera de sus intereses, no le estará dando al niño las habilidades para procesar el lenguaje que tanto necesita. Si deja que el niño participe, no sólo oiga, eso le permitirá un mejor desarrollo del lenguaje”, dice Golinkoff.
Los investigadores piensan ahora en la posibilidad esperanzadora de lograr cambios que faciliten y vuelvan cotidianas esas charlas padres hijos. Esto podría incluir asistencia tecnológica, como programas de computador que “conversen” o programas sociales que capaciten a los padres en necesidad para que aumenten sus charlas diarias, a pesar de sus difíciles condiciones.
Beyond the 30-Million-Word Gap: Children’s Conversational Exposure Is Associated With Language-Related Brain Function.
Romeo R. R., et al. Psychological Science 2018
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